domingo, 2 de noviembre de 2008

sábado, 1 de noviembre de 2008

El Teatro feroz de Sarah Kane


"No eres una mala persona, sólo piensas demasiado", dice uno de los personajes de Crave (Ansia) la obra de Sarah Kane (1971-1999). La pieza, como toda la producción creativa de la dramaturga británica, es ecléctica -y por suerte para el espectador/lector de teatro- imposible de clasificar.
De explosiva irrupción en la escena teatral londinense, esta representante -contra su voluntad- del célebre movimiento In Yer Face, sorprendió, a los 23 años de edad, con su primera obra: Devastados (1995), a la que siguieron El amor de Fedra (1996), Purificados (1998), Ansia (1998) y Psicosis 4:48 (1998) , el título de su última obra alude a la hora en que ocurren más suicidios en Gran Bretaña y que coincide con el momento de mayor lucidez de los pacientes psiquiátricos, una vez que pasa el efecto de los fármacos ingeridos en la noche.
El teatro de Sarah Kane puede molestar, desesperar, exasperar hasta lo insoportable, como sólo puede hacerlo oir hablar de suicidio, soledad, desamor, crueldad, dolor y no poder levantarse del asiento o cambiar de canal. Pero Kane no pretende escandalizar con los temas desgarradores que dan forma a su trabajo, sino crear a través de ellos un espacio de reflexión. Su obra breve e intensa, representada continuamente en un sinfín de países europeos, es injustamente desconocida en Argentina, por ello Ediciones Artes del Sur publicó un libro con dos de sus piezas: Crave y Psicosis 4:48.
Kane, quien decidió dejar de vivir a los 28 años, despliega en Crave un notable manejo del lenguaje escénico, con un absoluto dominio de lo teatral que le sirve para subvertir esquemas y transformar el escenario en panóptico de la mente. La escritura de Kane disecciona sin tapujos ni medias tintas la anatomía emocional de cuatro seres (o uno, o todos). Cada una de las líneas que pronuncian los personajes A, B, C y M suenan como disparos o cuchillazos. Estas frases tajantes dejan a la vista el buraco de la bala o la profundidad de la herida abierta por el filo de las palabras. A, B, C y M son esquirlas despedidas del estallido, de la fragmentación de una única subjetividad.
El itinerario vertiginoso que traza Crave visita el amor, la resignación, el desamparo, la traición, el miedo, la locura, el deseo, la insatisfacción, y el infierno que somos para nosotros mismos y para los demás. El recorrido que plantea Kane rompe de manera lapidaria con los planteamientos aristotélicos apelando a los monólogos interiores, jugando con ellos y logrando un ritmo único de cruel musicalidad. Se trata de un cuarteto de cámara de voces perdidas. Si bien Devastados, es el texto más violento de la autora, en Crave la violencia no es explícita sino subliminal, velada, casi lírica en su cinismo y por lo tanto más brutal, ferozmente auténtica.


C: Quiero sentirme físicamente como me siento emocionalmente. Famélica.

M: Derrotada.

A: Rota

C: Me regala maquillaje, colorete y lápiz labial y sombras de ojos. Yo me pongo moretones en la cara y sangre y cortes e hinchazones, y sobre el espejo con el rojo carmesí, FEA.


Psicosis 4:48 no es sólo la última obra que escribió Kane, sino su intensa carta de despedida al amor, la vida, la muerte y sobre todo al dolor inevitable detrás de los tres. Sólo meses después de terminar esta pieza y cansada ya de soportar el infierno de una depresión que se negaba a abandonarla, Kane ingirió una sobredosis de barbitúricos esperando acabar para siempre con su sufrimiento. Rescatada a tiempo por los paramédicos, la joven autora fue resucitada y dada de alta. De regreso en su casa, Sarah Kane se subió a una mesa con una cuerda y se ahorcó en una viga de su departamento, silenciando para siempre a sus crueles demonios y a la que se transformaba en una de las voces más importantes del teatro contemporáneo. Por su singular talento y sus provocadoras y desgarradoras temáticas, Kane es considerada en la actualidad una de las dramaturgas de culto a escala internacional.
La obra de Kane no obedece a construcciones dramáticas ni a artificios narrativos. El texto es poesía representable, así de simple, y la riqueza estética de sus palabras no es más que el brillante y lujoso reflejo de un interior en carne viva que jamás cicatrizó. Así lo expresa uno de los personajes de Psicosis 4:48: "La materia de estos fragmentos es mi mente" , es la de ella, desnuda y trémula sobre un escenario o una hoja impresa. De una lucidez agobiante, resulta difícil creer que este texto fue escrito en medio de las más salvajes tormentas depresivas. La pieza en sí misma es una prueba fehaciente de uno de los más oscuros y radicales postulados de la obra: la depresión no es una enfermedad que se debe curar, es simplemente un estado superior de la mente. Como dice una de las voces de Crave: "No sufro ninguna enfermedad, simplemente sé que la vida no vale la pena". Para la autora esta es una de las mayores razones del aislamiento de quien sufre: la tendencia a reducir su condición a un estado enfermo posible de curarse con medicamentos.


Ella: Tomaré una sobredosis, me cortaré las venas y luego me colgaré

El psiquiatra: ¿Todas esas cosas al mismo tiempo?

Ella: Sería imposible interpretarlo como un llamado de auxilio.


Sin embargo, lo que parece escapar a muchos espectadores y críticos es que la totalidad de las obras de Kane, pero aún más, Crave y Psicosis 4:48 son, al fin y al cabo, historias de amor. Todo el sufrimiento se desprende de esta maldita incapacidad para el amor que aqueja al hablante. Una incapacidad que lleva directamente a la única respuesta y verdad que aparece en el caso de Psicosis- en la hora de mayor lucidez, las 4:48 de la madrugada: la inevitable, lógica y finalmente reconfortante autodestrucción.
Los textos de Kane están atravesados recurrentemente por una voz sin género, dividida en tres o cuatro participantes que siguen la dinámica víctima/victimario/testigo. Los diferentes desdoblamientos de la voz entran en conflicto, se trenzan en relaciones complejas y recorren un viaje explosivo. Viaje impregnado siempre por la mirada filosa de Kane y su sorprendente sentido del humor negro.
Sarah Kane era una dramaturga que solía imponer desafíos a sus directores, llegando a describir cosas descabelladísimas, a todas luces irrepresentables. Pero ella se defendía diciendo "si podemos imaginar algo, podemos representarlo en un escenario". De allí que las puestas en escena de sus obras requieran un esfuerzo intelectual y emocional extra por parte de realizadores y actores para explotar las posibilidades al máximo o atreverse a desbrozar las sendas abismales que estos textos señalizan.
Se podría decir que en los escritos de Kane -admiradora de Harold Pinter y Beckett, influida por el teatro del absurdo y partidaria de las propuestas escénicas menos complacientes con el espectador- no hay cuestionamientos ya que los textos maduros no cuestionan, porque todo cuestionamiento se vuelve moralizante. La dramaturga expone las aristas posibles de una situación, circunstancias. Quizás el espectador se cuestione a sí mismo, pero no la autora. Kane entrega las diversas y múltiples caras de una misma situación, ninguna es buena ni mala, sólo son.

Los poetas mueren jóvenes

por Óscar Jara Albán

Los poetas son precoces. Junto a la intensa emoción de su palabra, algunos hacen de su vida una metáfora fugaz e irrepetible. Después queda la obra y el mito. Tres ejemplos conocidos lo testifican: Sylvia Plath, Dylan Thomas y Alejandra Pizarnik.


Sylvia Plath (1932-1963)

La mañana fría del 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath levantó sus 30 años de existencia. Era temprano. Lleva al cuarto de sus hijos, Frieda de 3 años y Nicholas de 13 meses, dos jarritas de leche, pan y mantequilla. Se encierra en la cocina donde deja dos cartas dirigidas a su médico y al notario, abre la llave del gas y mete la cabeza en el horno a cocer su cadáver.
La poeta de cabellos recogidos, con una mirada triste, que ahora sabemos apuntaba a la fama póstuma, apoya su cabeza en las sombras de una pared, sombras que amortajan esa semisonrisa de Gioconda trágica.
Con tan sólo 9 años, Sylvia envía al director del periódico Boston Sunday Herald un pequeño poema. En 1952 aparece editada en la revista Mademoiselle su primera narración que había ganado un concurso y coincide con su primer intento de suicidio. Deja una nota a su madre diciendo que se va de excursión. Se esconde en el sótano e ingiere una gran cantidad de píldoras para dormir. La encuentran al tercer día: le ha salvado la vida el exceso de píldoras que le han forzado a vomitar.
Un duro tratamiento psiquiátrico le devuelve a la vida y a la literatura. Conoce en 1956 en Londres al ya reconocido poeta Ted Hughes y se casan el 16 de junio haciendo coincidir la boda con el Bloomsday, el día que Joyce hace transcurrir la acción del Ulises.
Su marido, su "semidiós" como lo llamó pronto pasa a ser "un desaliñado que se hurga la nariz". Pero no puede vivir si él y su salvación está en la poesía.
En 1960 publica el Colossus y nace su primera hija Frieda. Un año más tarde se estrena en la BBC con un programa de poemas dramáticos, y conoce la relación amorosa de su marido con una editora de libros.
Escribe y escribe. En 10 días se agolpan gran cantidad de poemas que se publicarán en Ariel (1965). El nacimiento de su segundo hijo no salva su matrimonio.
Cuando finalmente se separa de su marido escribe compulsivamente sus mejores poemas y publica su novela La Campana de Cristal.
En su diario se agolpa las referencias: "Morir es un arte... Lo hago excepcionalmente bien". A un personaje le describe como "...era tan meticulosa para suicidarse como para la limpieza de su casa".
El último poema que escribe, la víspera del suicidio, es una despedida irrevocable.


FILO

La mujer alcanzó la perfección.
Su cuerpo
muerto muestra la sonrisa de realización;
la apariencia de una necesidad griega
fluye por los pergaminos de su toga;
sus pies
desnudos parecen decir:
hasta aquí hemos llegado, se acabó.
Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes,
uno a cada pequeña
jarra de leche ahora vacía.
Ella los ha plegado
de nuevo hacia su cuerpo; así los pétalos
de una rosa cerrada, cuando el jardín
se envara y los olores sangran
de las dulces gargantas profundas de la flor de la noche.
La luna no tiene por qué entristecerse,
mirando con fijeza desde su capucha de hueso.
Está acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus negros crepitan y se arrastran.

(De Ariel, 1965)



LA MUERTE
El otro tema es la muerte, específicamente Silvia siempre sintió una especial atracción por el suicidio. En el verso la muerte es tratada como una danza que se tiene que ejecutar cada cierto tiempo, en realidad cada década marca un incidente trágico, porque a los 10 años murió su padre, (Sin embargo, soy la misma, idéntica mujer./La primera vez que sucedió tenía diez./ Fue un accidente), a los 20 años tuvo su primer intento de suicidio, y probablemente fue la segunda etapa más dura y confusa de su atormentada existencia: (La segunda vez pretendí/ Superarme y no regresar jamás./Oscilé callada./Como una concha marina./Tenían que llamar y llamar/Recoger de mí los gusanos perlas pegajosas).
Parece ser que cada década simboliza algo especial en el verso, no un renacimiento sino un volver a la muerte en forma trágica (Lo logré otra vez,/Me las arreglo/una vez cada diez años). Y finalmente como para cerrar con broche de oro la llegada de los treinta (Y yo una mujer sonriente./Tengo solamente treinta años. /Y como gato he de morir nueve veces.), con lo que llegaría el tercer encuentro con la muerte: (Esta es la número Tres./Qué desperdicio/Eso de aniquilarse cada década.), y es precisamente este el encuentro definitivo, el cierre del telón en tres actos, dejándonos a todos los espectadores con la boca abierta como si contemplásemos el final de una tragedia griega de Eurípides o Sófocles. (Morir/Es un arte, como cualquier otra cosa./Yo lo hago excepcionalmente bien./Lo hago por sentirlo hasta las heces./Lo hago para sentirlo real./Podemos decir que poseo el don./Es fácil ejecutarlo en una celda./Es muy fácil hacerlo y guardar la compostura./Es teatral).





Dylan Thomas(1914-1953)


Se le consideró el poeta lírico más grande del S. XX en lengua inglesa. Alguien no visto desde los tiempos de Byron. Murió en el Hospital Clínico de Nueva York a causa de un shock producido por la bebida. Era un bebedor compulsivo. Llegaba a Estados Unidos y se transformaba. El tranquilo poeta que vivía en Gales, devoto con su padre y su madre, y cuidadoso y tierno con sus hijos se transformaba en América.
Hizo cuatro viajes a América, todos triunfales. En las universidades daba conferencias y recitales de sus poesías. Sus aptitudes de actor, en mezcla con sus singlares habilidades de bardo, hacían de él un personaje público atractivo, que no le importaba retratarse en los tentáculos de la bebida, como lo hacía en la encrucijada de su poesía.
Su bellísima esposa irlandesa Caitlin Macnamara, de la que tuvo tres hijos, soportaba las tempestuosas relaciones y traiciones. Pero Dylan Thomas, poeta, actor y guionista, escribía también su vida a su manera. Estimaba a los hombres que son capaces de amar generosamente, y para ellos escribía aunque algunos no pudieran entender su obra y acaso ni leerla. En cambio, profesaba desenvuelto desprecio por los pedantes y odiaba ferozmente a los ingratos.
También es un poeta precoz. A los 20 años sorprendió a la crítica con Eigthteen Poems. Cuando en 1952 , un año antes de su trágica muerte, se publicó el volumen de Collected Poems: 1934-1952 se le reconocía como un poeta que "...había conseguido la admiración de todos los poetas contemporáneos" cosa por demás difícil en un mundo de celos.
Una de sus obras más conocidas A Portrait of the Artist as a Young Dog (Retrato de un cachorro de artista) colección de cuentos en prosa poética que retrata la vida en Gales, como lo hiciera Joyce de Dublín.
En el otoño de 1953, su alcoholismo crónico le llevó a que los médicos le proporcionaran fármacos, con instrucciones precisas de su consumo, que nunca llegó a cumplirlas. La última noche de su vida bebió en proporciones incontrolables luego de un recital. Le llevaron a un centro de salud en estado de coma. Tenía 39 años. Mientras expiraba, sus amigos seguían bebiendo a su salud en el hall del Hospital de Nueva York.



VISIÓN Y ORACIÓN

Yo
tengo que yacer
quieto como una piedra
junto al tabique de hueso
de jilguero escuchando el
lamento de la madre oculta
y la oscurecida faz del dolor
que arroja el mañana como una espina
hasta que las matronas del milagro canten
y el turbulento recién nacido
me encienda su nombre y su llama
y rasgue el halado tabique
con su tórrida corona
y la oscuridad arroje
de su costado y
la transforme
en luz.


(De Collected Poems, 1952)





Alejandra Pizarnik (1936-1972)



Lo tenía todo: genio poético, padres compresivos, amigos y amantes que besaban el suelo que pisaba, y reconocimiento en vida, que fue incomparable al de cualquier otro poeta argentino. Sin embargo, una sobredosis de somníferos puso fin a su vida a los 36 años. Era su tercer intento, se había vuelto casi una rutina, con la que buscaba paliar una inexplicable dificultad de vivir que le asediaba desde la primera juventud.
Su imagen con un cigarrillo desafiante en sus labios, en esa cara de juvenil desamparo era la consumación del personaje que fabricó: "el alejandrino" mezcla de poeta maldito, chica mala, huerfanita y sonámbula en las cornisas de la locura.
Hasta los 24 años fue "estudiante" en Buenos Aires: Filosofía, Literatura, Periodismo, Arte. Nunca fue capaz de dar un examen en ninguna de las carreras que emprendió, pero publicó tres libros de poemas y con ellos se ganó un espacio en las letras argentinas. Con ese equipaje se fue al París de la posguerra. Cuatro años de espléndida creación intelectual, con sus mejores libros de poemas: El Árbol de Diana y Los Trabajos y las Noches.
Regresó en 1964 convertida en lo que más o menos es hoy, una figura legendaria, la poeta, un modelo. Su casa elegante estaba abierta y una corte extensa de admiradores pasaba por ella de día y de noche. Su obra no crece como antes y vuelve a París en 1969, pero la Ciudad Luz no brilla por la fatiga del "tiempo de los turistas". Regresa inesperadamente a Buenos Aires y pronto viene la primera intoxicación. Desde muy joven había consumido una asombrosa cantidad de pastillas, anfetaminas, analgésicos, antidepresivos y sobre todo somníferos, pues el insomnio fue su mal favorito, entre otros ficticios y reales, incluyendo la angustia que los abarcaba a todos.
La juventud era el rasgo que caracterizaba al personaje que inventó, el escudo con que se protegía del mito que le perseguía. Cuando este elixir se agotó tenía que cambiar de registro, pero necesitaba un cinismo y una estabilidad mental de los que no disponía. Con la muerte de Alejandra, el personaje siguió triunfando y al igual que su poesía se ha hecho indestructible.

ARTES INVISIBLES

Tú que cantas todas mis muertes.
Tú que cantas lo que no confías
al sueño del tiempo,
descríbeme la casa del vacío,
háblame de esas palabras vestidas de féretros
que habitan en mi inocencia.
Con todas mis muertes
yo me entrego a mi muerte,
con puñados de infancia,
con deseos ebrios
que no anduvieron bajo el sol,
y no hay una palabra madrugadora
que le dé la razón a la muerte,
y no hay un dios donde morir sin muecas.

(De Las Aventuras Perdidas, 1958)